Practicidad, austeridad y flexibilidad son los componentes principales de una residencia en el norte de México cuya solución arquitectónica responde al carácter industrial y frugal de la ciudad de Monterrey donde se encuentra. La solución espacial es determinada por la estructura misma, un esqueleto de ocho vigas de concreto que secciona el terreno en forma de cuadrícula, trazando cada línea del plano y descansando en el borde del sitio. Las vigas se colocan en las esquinas de los muros perimetrales con la intención de pasar desapercibidas, dejando al espectador preguntándose qué es lo que sostiene la casa ya que el nivel superior parece flotar sobre el sitio.
Una serie de umbrales son utilizados para contener el programa de la casa y definir su relación con el territorio, el primero siendo un muro perimetral que filtra inmediatamente su contexto suburbano, seguido de un segundo conformado por jardineras las cuales responden a un requerimiento de retracción de un metro sobre el perímetro. Mediante el rechazo de su entorno inmediato, el uso de vegetación nativa y concreto en bruto, el segundo y el tercer umbral establecen un diálogo directo con las montañas vecinas, tanto en textura como en color. El umbral más extenso e íntimo se presenta como un vacío en forma de patio central que distribuye el resto del programa arquitectónico de cocina, sala, comedor, baño y estudio en el primer piso y tres dormitorios y tres baños en el segundo. Una escalera en el segundo piso conduce a una terraza en la azotea, mientras que otra en el primer piso a un sótano donde se encuentran el área de servicio y el garaje.
La funcionalidad de la casa se basa en la flexibilidad de sus espacios. El patio central define toda la jerarquía espacial de la casa, eliminando la necesidad de establecer entradas formales y diluyendo la relación del interior con el exterior. Esta libertad de movimiento permite establecer diversas interacciones sociales en la casa.
Su diseño busca minimizar el uso de energía para la regulación térmica, aprovechando orientaciones para permitir sistemas de ventilación cruzada, la extensa sombra de un olmo en el patio central, terrazas y porches. La huella de la casa es reducida a la mitad de la propiedad consolidando áreas de absorción en los jardines centrales, perimetrales y exteriores.
La relación existente que la ciudad de Monterrey tiene con el concreto fue utilizada para establecer una identidad que juega con la temporalidad de la casa permitiendo diferentes caminos para su evolución. La aspereza y la pesadez percibida del concreto en su estado más primitivo crean la ilusión de un espacio que se encuentra entre dos tiempos: un estado de construcción permanente y una anticipación a convertirse nuevamente en piedra. La condición anticipada de la casa como una ruina antes de que inevitablemente se convierta en una le proporciona una cualidad experimental, una que la considera en un estado de reinterpretación y reconfiguración permanente, permitiendo al arquitecto la posibilidad de un retorno sin fin a los orígenes del proyecto.
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