Cuatro volúmenes se dispersan sobre un terreno plano rodeado del bosque de Valle de Bravo para conjuntar una casa de fin de semana. Cada volumen cuenta con distinta orientación —de acuerdo a su programa—y se articula mediante un vacío central, un espejo de agua que se mimetiza con el lugar.
Una sucesión de elementos llevan el ritmo del proyecto y estructuran los pórticos mediante los cuales se generan transiciones. Pausas que permiten admirar el contexto, observar los materiales —block de sillar, madera de roble y tierra del lugar— y apreciar las inferencias del tiempo. En las intersecciones entre los volúmenes se crea un ritmo distinto, que busca brindar privacidad a través de estrechas celosías para proteger los espacios más íntimos.
El equilibrio entre las repeticiones de los materiales y su sistema constructivo vernáculo componen una construcción en armonía con el lugar. Cada elemento mantiene una secuencia que consolida una arquitectura que dialoga y respeta su entorno.
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